30/11/10

estreno

… producción independiente del holandés Theo Van Ayck que siguió discutiéndose en los pasillos del festival, mucho después de su proyección en el auditorio principal. Van Ayck, influido por el movimiento anarcoglobafóbico conocido con el nombre de “revolución triste”, cuenta (simultáneamente) las dos posibles vidas de una persona.

Separadas por una raya vertical, el lado derecho de la pantalla exhibe la vida rutinaria de un joven que crece, se gradúa en el colegio, emprende estudios que abandona, se enamora de una mujer, se casa con otra a la que embaraza primero, la traiciona con la anterior, tiene tres hijos, envejece, varado en un gris trabajo de oficina, se cruza en la calle con su primer amor sin reconocerla, afronta su viudez y termina su vida en una habitación despintada de un geriátrico mirando un reality en una televisión en blanco y negro. Del lado izquierdo, el mismo joven, tomando la vía de la “revolución triste”: se sienta contra una pared de un cuarto a oscuras y, simplemente, se deja estar por lo que resta del filme.

Durante las dos horas de película, asistimos a dos tipos de deterioro: el que proporciona la vida activa y el del mero transcurso del tiempo. En las primeras etapas, nos conmueve las oportunidades perdidas por el joven que se sienta a dejar pasar la vida; del otro lado, todo bulle de energía y de ocasiones. A medida que la película (la vida) pasa, los destinos confluyen y entendemos, amargamente, la inutilidad de todo esfuerzo. No son distintos los resultados: el destino final es el polvo y el olvido.

“Quise mostrar que no hay escapatoria posible” declaró Van Ayck entre los abucheos de los espectadores que recibieron de muy mal modo su obra. “No me silban a mí. Silban al Universo.” finalizó, abandonando abruptamente la sala. “El problema es que todavía no se dieron cuenta” concluyó.

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